Las vivencias de un grupo de siete niños      israelíes y palestinos entre los años 1995 y 1998. Siete testimonios      infantiles sobre lo que significa crecer en Jerusalén.      Yarko      y Daniel son dos mellizos israelíes interesados en el ejército, la      religión y el volley-ball; Mahmoud      es rubio, de ojos ozules y partidario de Hamas. Le enseñan el Corán en el      colegio como un manifiesto por la causa palestina. Su familia es dueña de      una tienda de café y especias en el barrio musulmán de la ciudad vieja desde      hace 3 generaciones; Shlomo, un niño judío      ultra-ortodoxo reza ante el muro occidental. Shlomo estudia el Torá 12 horas      al día; Sanabel, una refugiada palestina, proviene de      una familia de "modernos" árabes secularizados. Es bailarina y cuenta la      historia de su pueblo a través de la danza tradicional palestina. Su padre,      periodista, permaneció encarcelado en una prisión israelí durante dos años      sin juicio; Faraj es un refugiado palestino que vive      en el campo de refugiados de Deheishe. A los cinco años vio cómo un soldado      israelí mataba a un amigo suyo; Moishe, un colono      israelí de extrema derecha resume la esencia del conflicto: "Dios dio a      Abraham la tierra pero los árabes llegaron y se apoderaron de ella".      Los niños se conocen:      Cuando Yarko y Daniel ven una foto Polaroid de Faraj surge su      curiosidad. Preguntan: "¿Por qué no le visitamos?". Faraj no quiere saber      nada de los niños israelíes hasta que Sanabel le reta: "No conozco a ningún      niño palestino que haya intentado explicar nuestra situación a un israelí".      Dando un paso que coge por sorpresa a los cineastas (y al público), Faraj      inicia un encuentro con Yarko y Daniel. Los mellizos      viajan al campo. Es la primera vez que han conocido a alguien del "otro      lado". Comparten una comida y empiezan a intimar. Pero la promesa de amistad      tiene corta duración dado que los obstáculos culturales y físicos frustran      sus esperanzas de intimar. Dos años más tarde      en un reflexivo y honesto epílogo, los niños, ahora de trece y quince años,      comparten sus puntos de vista sobre "el otro", sus pensamientos sobre la      posibilidad de conocerse y sus sueños para el futuro.

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